lunes, 18 de mayo de 2020

Yo sí he salido durante la cuarentena...

... Si señores! he salido más que nunca en toda mi vida, pero... eso sí... no me he saltado el confinamiento...

Y, os preguntaréis, ¿entonces cómo lo has hecho???? Pues os lo explicaré, y entonces, os daréis cuenta de que vosotros también habéis salido un montón.

El 13 de marzo, cuando volvía a casa del trabajo, el aire se respiraba extraño. Los niños llevaban ya tres días sin colegio y eso, vuelve la rutina anormal pero, no más que cuando están malitos. Simplemente, los padres hacemos malabares y estiramos el día para que dé tiempo a todo, al cuidado del enano en cuestión, al trabajo, a la casa y a uno mismo para no enloquecer. Pero, como esta experiencia ya la hemos vivido, tampoco supone un trastorno. Además, teníamos fecha de vuelta... eran sólo unos días... como unas vacaciones "extrañas", así, a mitad de año. Han pasado algo más de dos meses y me parece tan lejano...
Pues ese mismo día que os comentaba, sin saberlo, volviendo a casa, fue el último que fui a trabajar, que viajé en metro y en autobús, el último día en el que compré un café para llevar, en el que atravesé el parque, en el que me sentí libre... hasta la fecha.
A partir de ahí, nos tuvimos que quedar en casa y, el resto de la historia ya la sabéis porque la habéis vivido. Todo paró de golpe, la realidad que conocemos, parecía una película... de terror. Todo era temor, llegaban noticias tristes de conocidos y noticias contradictorias por la televisión y las redes. Salíamos a las 8 a la ventana y ya estaba oscuro y hacía frío pero, los aplausos calentaban, y las luces de navidad que pusimos muchos vecinos, y la música... y ahí acababa todo, hasta el día siguiente.

La primera vez que salí, fue la más dura. Salí de mi rutina. Esa serie de eventos cotidianos que me aportaban tranquilidad y confianza, la columna en la que apoyarme. Siempre ha estado ahí desde que recuerdo. A veces, más aburrida y otras, inolvidable pero, siempre constante, como el día y la noche, sujetándome. Sentí tambalearse el suelo, un mareo indescriptible, falta de aire... Ésto provocó que saliera de nuevo...
Salí entonces de mi civismo y calma habituales y me imbuí de un instinto animal primario como ninguno. Mi mente se resistía tanto que dolía y me hizo comportarme, pensar y hasta hablar de forma irrespetuosa, irracional e irresponsable. No encontraba herramienta alguna para gestionar tantas sensaciones desconocidas. No aceptaba ver a mi familia (y a mí misma) atrapados, por cierto, que mis hijos estaban perfectamente y me dieron una gran lección acerca de cómo fluir con las circunstancias inevitables. Intenté hacer listas, mi truco esencial e infalible (en todas las situaciones de la vida, menos en esta) para mantenerme cuerda: listas con mil actividades para entretenernos en familia (noches temáticas con comidas diferentes, disfraces, bailes, juegos, recetas,...), listas con horarios para levantarnos como si hubiera cole y trabajo normales e incluso normas, para no caer en la desesperación (ni en la desesperanza), como, vestirnos cada día aunque no fuésemos a ningún sitio, comer y cenar a las horas de siempre... Fue interesante ver cómo lucha la mente humana hasta cuando sabe que la batalla está perdida antes de empezar pero también, muy agotador. Así que, mi inflexibilidad se estiró hasta que no pudo más y, se rompió. No hubo resiliencia en mi proceso, sólo un golpe muy fuerte de realidad, uno que rompió todos los esquemas preestablecidos y válidos hasta el 13 de marzo. Fue devastador para el paisaje de mi cerebro pero muy constructivo, porque empecé de cero esta vez fusionándome con la realidad y con la elasticidad de la vida.

Y entonces, salí de mis listas y descubrí que podía vivir sin tachar actividades programadas, sin planes y... no pasa absolutamente nada. Salí de mis resistencias, y empecé a respirar más profundamente y a fluir con lo que trae el viento, con curiosidad, con aprendizaje. Salí de cualquier entorno conocido por mí hasta el momento, deseché los horarios y la prisa al realizar cualquier actividad y pude volver a disfrutar: de la compañía y su calor, del maravilloso sabor de los alimentos recién preparados, de dedicarme a un té sin fin, de una conversación sin límite, de asomarme de nuevo a la ventana y aprenderme el paisaje que, ya tenía olvidado a base de mirar pero no ver. Salí del agotamiento eterno y volví a descansar al ritmo de la naturaleza.

He salido mucho durante esta cuarentena. Más que en toda mi vida, nunca había visto paisajes así. He salido de mí. Ya no sé si soy la misma persona que llegó a casa el 13 de marzo. Pero visto en perspectiva, todos lo hemos hecho lo mejor posible dentro de los esquemas que teníamos. Cada uno de nosotros, de una forma u otra, en mayor o menor grado, habrá librado su propia batalla y obtenido su aprendizaje.

miércoles, 22 de abril de 2020

Tres segundos de normalidad

Tres segundos de normalidad..., sólo tres, y me han sabido a gloria. Me han llenado de una alegría inmensa, distinta, desconocida, que, llevaba semanas escondida en algún rincón. Han sido tres segundos exactos de inconsciencia, de no pensar en nada, de no recordar lo escuchado ni lo leído, exentos de tristeza y responsabilidad... sólo un momento de paz, de mucha paz.

He salido de casa, con mi carro de la compra a recargar la despensa para 3 ó 4 días sin tener que salir, a traer a mis niños algún caprichito culinario que les endulce el encierro, a intentar encontrar entre frutas, verduras y latas de conserva, entre mascarillas que me ahogan y guantes en los que siempre se pegan las etiquetas de las naranjas, restandoles aún más la sensibilidad, algo especial en el súper para darle en nuestro aniversario. Fracaso en esta búsqueda, siempre quedará la inventiva y el corazón.
Bajo por la escalera, desde un quinto y con el carro sí, para movilizar un poco el cuerpo, intentar resucitarlo de su letargo obligado. Nunca lo consigo. Aunque el Just Dance ayuda en la labor....

Miro por la ventana de las escaleras, está nublado y no hay mucha luz pero, desde cierto ángulo pegada al cristal del último piso, se ve la sierra de Madrid. Viajo hasta allí con la imaginación,
mientras cierro los ojos y siento el aire frío y húmedo en mi rostro. Dejo envolver mis sentidos por la naturaleza en estado puro, te echo tanto de menos pachamama...  Después de la breve meditación, relajada y con la mente en blanco me giro para continuar mi aventura "exterior" y pulso el interruptor de la luz de la escalera... Así, tan tranquila, sin guantes... Y, tras tres segundos vuelvo en mí. ¡Oh por favor! ¿qué he hecho? y ahora, ¿qué? Concentración absoluta... ¡No te toques la cara... ni los ojos... ni nada!. ¡Rápido! ¡busca el gel en el bolso! ¿has rozado el móvil? ¿y la cartera? ¡rebusca por los bolsillos y saca un par de guantes!. Ya están puestos pero, la tranquilidad no vuelve, recordando cada uno de mis movimientos desde mi acto inconsciente.

¿Parece exagerado? Claro que sí, pero, esos tres segundos valorando lo libres que éramos, me han vuelto a dar una lección, que sumo a las muchas ya aprendidas durante los días en casa: las pocas preocupaciones que en realidad nos acechaban en el día a día, aunque nuestras mentes eran capaces de ocuparse y llenarse de miedos infundados y quehaceres no prioritarios, la humanidad inherente en la sonrisa descubierta y en el abrazo sin miedo, el movimiento a nuestra elección sin necesidad de explicaciones ni excusas, el alimento deseado, siempre disponible...

A estas alturas todos necesitamos tres segundos de normalidad y sólo podremos lograrlo desde el corazón.

Comprendo que esto suene a milonga, las circunstancias, son duras para todos. Todos fuimos arrancados de nuestra zona de confort y tuvimos que aprender a vivir en unas nuevas condiciones. El dolor de niños, mayores, muy mayores, familias con pérdidas y otras que lo van esquivando, familias con problemas económicos por causa de la situación. Casas muy pequeñitas y con poca luz, familias sin acceso a internet y a las diez mil plataformas que se utilizan para dar las clases a los enanos o que no pueden reunirse online con familiares o compañeros de trabajo. Cumpleaños sin abrazos. Comprendo que todos tengan opiniones diferentes y altibajos en su estado de ánimo.

No entraré en opiniones, me las guardo para mí ahora para emitirlas cuando puedan ayudar, ni en si las cosas se están haciendo bien o mal, ni soy especialista en el tema ni pienso que sea el momento oportuno de enfrentarnos o manchar nuestras mentes con suposiciones, noticias inventadas o críticas absurdas pero, tengo claro que sólo podremos salir de ésto, volver a sentir tres segundos de normalidad, con una mirada clara y amorosa, capaz de sustituir una expresión facial feliz y un abrazo amistoso y cálido. Con unas palabras positivas de apoyo y ayuda. Con acciones voluntarias que hagan sentir mejor a los demás.

Por favor, si no encontráis en vuestro interior palabras amables o positivas estos días, puedo comprender vuestro dolor y hasta ponerme en vuestro lugar, pero, pensadlo un poco antes de emitirlas, tanto en casa, como en las redes, o distribuirlas a través de vuestros contactos. Sólo os pido unos minutos de recogimiento y autocrítica constructiva. Ahora mismo, no ayudáis a nadie generando odio. Volveremos a la normalidad, y durará más de tres segundos, por lo que habrá tiempo de reclamaciones, juicios y quejas, en otro ámbito, en el que lo podamos tolerar, mirar en perspectiva, comparar, en el que haya una válvula de escape...

Un abrazo y mucho ánimo!!

(Por cierto, si os váis quedando sin ideas y os interesa, puedo compartiros por aquí mi planning de comida semanal para familia flexivegetariana y algunos recursos para entretener a los enanos)

lunes, 24 de febrero de 2020

Yoga en la ciudad

Con motivo del Día Mundial del Yoga que, se celebró el pasado fin de semana, he estado dándole muchas vueltas a mi práctica de yoga en casa y su evolución en los últimos años.

Después de obtener el título de monitora de yoga, estuve impartiendo clases en muchos sitios de forma desinteresada (si! en modo karma yoga...) con el fin de practicar y mejorar. Ésto me quitaba tanto tiempo que, finalmente, no sacaba ningún momento para mi práctica personal.

En un momento dado, tuve que dejar de impartir clase fuera de casa ya que no me quedaba tiempo para nada más así que, poco a poco retomé mi práctica en soledad... Bueno, si es que se puede llamar "yoga en soledad" a lo que yo hago... Os explico.
Acostumbrada a un gimnasio o sala, a un clima serio que induce a la meditación, con aroma a incienso y silencio o música muy sutil de mantras en sánscrito, mi casa no cumplía muchos requisitos...
Empezando porque es muy pequeñita y no tengo un espacio en sí para el yoga sino que, estiro la alfombrilla en cualquier hueco que encuentro por ahí: a la entrada de casa, entre abrigos y zapatos; en la habitación de los niños, sorteando legos y pinypones; a los pies de mi cama en mi habitación sorteando gatos que saltan desde la cama a mi espalda por diversión o en el comedor, con bob esponja de fondo en el televisor y, si está lloviendo, con un tendedero lleno de ropa, muy útil por cierto para apoyarse en algunos equilibrios de pie... XD
Todo esto aderezado con interrupciones del tipo: "mamá, no encuentro tal""mamá, me tomas la lección", "mamá, mi hermano no me deja tal cosa" o, mi favorita "mamá, cógeme vamos a hacer acroyoga". Como banda sonora también puedo tener gatos maulladores rogando alimento, una lavadora centrifugando o una buena olla exprés cocinando la coliflor para la cena.

Visto así, parece imposible realizar cualquier tipo de práctica espiritual, ¿verdad?. En el día a día, se lo puede tomar uno de dos formas:
por una parte, no haciendo nada, rindiéndose a la evidencia y pensando que es imposible.
Por otro lado y después de probar los beneficios del yoga durante muchos años, como es mi caso, se le puede echar humor a la situación, muchas ganas y retar a las circunstancias complicadas.

Por supuesto que en un ashram en la India la experiencia sería fácil, dirigida e increíble pero, con algo de práctica, podemos lograr un espacio de paz precioso en nuestra vida normal y, mucho más aplicable a situaciones de estrés reales.

El momento ideal sería cuando todos duermen pero, claro, en los días entresemana el madrugón para el yoga es épico. Yo suelo conseguirlo porque no perdono sin mi sesión de yoga (me sienta tan bien!!) pero, si no queda remedio el momento para hacerlo será cuando estamos todos en casa.

El espacio que se necesita no es demasiado por ello, se puede hacer yoga en casi cualquier lugar y, si, aunque sea el recibidor de casa se puede poner una velita o un palo santo y aceites esenciales para entonar el ambiente. Con buen tiempo, se puede hacer yoga en el balcón o en un lugar seguro en el parque (también habrá distracciones claro está, pero todas ellas las podemos trabajar para que no nos molesten tanto).

Las interrupciones personales en casa se pueden minimizar desconectando dispositivos y pidiéndole al personal que te respete durante una horilla (todo el mundo lo comprende, además de que te van a adorar después porque te quedarás como una seda, y, si no, aprovechar la hora de consola de los enanos es otra opción igual de válida, jejeje). El sonido y las distracciones externas siempre van a estar con lo que, se debe alcanzar un buen pacto con nuestra concentración para realizar una sesión de yoga independientemente de lo que te rodee, veréis como cada día practicándolo será un poco más sencillo. Si, al principio parece difícil, y, lo es. Por esto,  se puede hacer uso de auriculares inalámbricos con una melodía acorde y agradable para ayudarse un poco. Aunque, yo personalmente prefiero intentar aislarme en ambientes muy ruidosos sin utilizar ninguna ayuda que me distraiga aún más.

De esta manera, vamos interiorizando una valiosísima herramienta para la vida caótica de la ciudad, que, en un momento dado te sorprenderá permitiéndote meditar en el metro o caminando por la calle, así como hacer sutiles estiramientos rápidos de yoga en el ascensor o en el trabajo, que te harán sentir mejor al instante y no acumular tanto estrés a diario, e incluso, relajarte más rápido en los momentos necesarios de tu día a día, aunque estos sean ruidosos y estés rodeado de gente.
Estoy enormemente agradecida a mi práctica de yoga, si no fuese por ella, yo creo que el día a día en la ciudad me hubiese vuelto loca ya...

Y tú, ¿te vas a rendir o también vas a intentar ser un yogui en la ciudad?




martes, 18 de febrero de 2020

Ghee

Hace mucho tiempo que empecé a interesarme por el Ayurveda, la ciencia de la larga vida, ya que está muy relacionado con el yoga.
El ayurveda cubre muchísimos campos y uno de ellos claro está es la alimentación.
Cuanto más leía acerca de alimentación ayurvédica, más veces salía el ghee, como alimento o como ingrediente de muchas recetas, así como, cosmético o remedio para diversas dolencia; de hecho, en la India se dice que el "elixir dorado" posee unos mil potenciales de curación.
Busqué por internet de qué se trataba y es una mantequilla clarificada, esto es sin sólidos de la leche, sin proteínas ni carbohidratos, sólo grasa pura (de la buena: omega-3, ácido linoleico conjugado y ácido butírico pero, consumiéndola con moderación), vitaminas (entre ellas B12) y minerales. Cuando descubrí que era un lácteo, me decepcioné un poco y decidí obviarlo en mis recetas, ya que yo no los consumo, pero seguía tropezándome con él en mis estudios de la larga vida.
Al buscar más información, nada más que puedes encontrar maravillosas propiedades acerca de este producto, así que ya no pude resistirme a probarlo.
Es carillo de precio, pero la verdad es que vale la pena y sienta fenomenal, sobre todo, en las épocas más frías del año. Un botecillo de unos 4 € me cundió bastante pero, aún así, al terminarlo, decidí elaborarlo yo misma.
Es muy fácil y barato prepararlo, además vale la pena para los desayunos o las recetas más especiales. Su aroma es dulzón y su sabor tostado, como a galletas, uhmmm. Se mantiene a temperatura ambiente muy bien y se dice que cuanto más viejo es, más propiedades pueden aplicarsele.
Os anoto la recetilla por si os interesa probar sus mil virtudes....

RECETA DE GHEE

Se necesitan únicamente dos bloques de mantequilla, si son de leche ecológica mejor y, unos 25 minutillos.




Se calientan en una cazuela hasta que se derritan.



En este momento se empieza a remover y ya no se puede parar o se nos quemaría.



Primero, saldrá espuma y finalmente burbujas cuando rompa a hervir. En este momento, el fuego debe bajarse.



Seguir removiendo hasta que el aspecto sea de líquido dorado transparente.



Al final de la cazuela, quedarán los sólidos lácteos quemados. Debe evitarse en lo posible echarlos en el bote donde guardaremos el ghee.



Finalmente, el ghee tendrá este aspecto dorado y transparente. Aunque en estos meses fríos, según se vaya enfriando cogerá una textura pomada. Se puede usar en recetas dulces y saladas pero, mi favorita es en tostada con un tecito.
Espero que os animéis a probarlo, aunque sea para consumirlo en momentos puntuales o utilizarlo tópicamente en alguna de sus aplicaciones curativas.



viernes, 10 de enero de 2020

Vuelve Mrs Bean

En realidad, no me había ido a ningún sitio, bueno sí, quise huir una temporada de... internet, de las redes sociales, de las pruebas de productos (en las que ya sólo seleccionan a gente que vive en el ciberespacio por lo que, su opinión no debe ser muy real...) y en general, de todo lo que me obligue a llevar la cabeza baja y a no disfrutar del cielo, de las nubes, de la luna, del aroma a flores, del frío, de unos ojos bonitos, de una experiencia irrepetible, de los cambios de estación... Y, si me iba, me iba del blog también X(
Los mensajes instantáneos es lo único que no pude abandonar porque tengo que utilizarlos bastante en el trabajo, pero, puse en el móvil una alerta que me avisase y bloquease la app si durante el día excedía un tiempo que yo había establecido como óptimo y saludable para comunicarme con mensajitos. Además, por salud mental, silencié grupos de padres, vecinos, etc, etc...

Todo empezó como un experimento personal, un reto. Puede parecer una bobada pero vivimos inmersos en este mundo y le dedicamos demasiado tiempo, por lo que me dió por pensar y preguntarme en cuánto tiempo podría pasarme sin mirar las redes (la respuesta, más abajo), en si los likes en realidad eran importantes para mí o si el que una publicación gustara menos convertía el objeto de esa publicación en mediocre o lo deslucía de alguna forma (aunque a mí me hubiera parecido una experiencia maravillosa) o hacía que yo ya no cayera tan bien a mis seguidores...

Otras cuestiones que vinieron después fueron:
¿por qué queremos enseñar públicamente algo de nuestra vida?, ¿qué obtenemos con ello?, ¿cuál es el objetivo?, ¿imponer nuestra opinión o estilo de vida como el mejor?,  ¿dar envidia?,  ¿dar lástima?, ¿llamar la atención de alguien?, ¿buscar ayuda para un problema?, ¿por qué nos gusta cotillear la vida de otros a través de las redes? (no sabemos si es cierto todo y puede causar muchos problemas, sobre todo en personas más jóvenes, por frustración al compararse e idealizar las experiencias de otras personas)...

En mi caso, la motivación principal de mis publicaciones ha sido casi siempre hacer reír y poner de buen humor o informar de algún acontecimiento interesante, además de guardar un archivo de experiencias que poder releer de vez en cuando, como una especie de diario público, que en este momento, no veo tan inofensivo.
Aún así, no me excuso y ahora, visto en perspectiva, me avergüenzo de imágenes que publiqué en el pasado en las redes, y actualmente, no entiendo por qué querría yo que alguien viese a mis hijos, a mi marido o incluso a mis gatos, o mi casa, o el lugar que estaba visitando en ese momento, en ese instante. Aunque mis cuentas sean privadas, me pongo enferma sólo de imaginarme esas imágenes desprotegidas y viajando alrededor de todo el mundo o utilizadas para dios sabe qué.

Puede resultar algo exagerado, pero si algo me caracteriza y por tanto a este blog, es la flexibilidad por lo que, entiendo perfectamente el uso correcto que pueda hacer el público normal tanto de internet como de redes. Son grandes herramientas de ayuda y, en este "silencio digital" he aprendido a manejarlos sin peligro para la búsqueda de información, de ayuda o de grupos de personas afines con las que compartir una afición.

El experimento ha sido muy positivo, en total y de forma voluntaria no abrí ni una red social en 5 meses y cuando volví a hacerlo fui plenamente consciente de para qué lo hacía (buscaba una receta en un grupo de Facebook que cuelga unas chulísimas). He dedicado todo ese tiempo que perdía procrastinando en internet a la práctica del yoga y la meditación (a la que por fin, le dedico un tiempo diario) y a leer muuuuucho, muuuucho de tantos temas que me enloquecen: de ayurveda, de mindfulness, de medicina china, de minimalismo, de ayuno intermitente, de dietas vegana y cetogénica, de tai chi y chi kung,...

Pero ahora soy más consciente de la adicción que me puede crear el uso indiscriminado de internet por lo que la manejo con calma y desde la distancia, sólo en caso de necesidad. Pienso que sería muy necesaria una asignatura escolar que enseñara a manejarse con destreza en estas áreas y así evitar adicciones y peligros mayores.

Por supuesto, me he acordado mucho del blog y he echado de menos contaros las mil tonterías que me ocurrían de rutina para que os echaséis unas risas y transformar nuestro día a día en escenas que bien podrían haber salido de super-producciones de Hollywood (¿por qué no?).

Claramente, continúo con mis meteduras de pata crónicas, con recetas que resultan en atrocidades culinarias, etc... Así que, en breve, aunque no regrese a las redes, volveré por aquí a contaros las nuevas experiencias de Mrs Bean, un abrazote!!