Tal como se suele decir "todo se pega menos la hermosura", pues de vivir con la Sra. Bean sólo se podría pegar el enfrentarse a situaciones inverosímiles tal como le ha ocurrido al mismísimo Sr. Bean, más conocido en este blog por "papiiii" o "mi chico" y, hoy, nuestra estrella invitada.... porque, desde luego, se lo ha ganado....
Pues aquí estoy yo dispuesto a contar mi historia...
El pasado fin de semana volvía yo de trabajar, después de haberme levantado a las seis de la mañana y con un cambio de hora, pero de los que duelen, de esos que te quitan una hora de vida para dársela al infinito espacio tiempo.
Todo el domingo trabajando sin parar de un lado a otro y sin haberme sentado apenas; mi cerebro a esas horas (horas previas a la comida) sin glucosa que quemar para que mis pensamientos fueran los que son o digamoslo así, mi despiste, hicieron que me ocurriera lo que a continuación paso a relatar...
Llegué a la estación de autobuses, dársena número 3, de la que sólo sale (o eso pensaba yo...) el famoso 155. Mis ojos buscaban la dársena citada con desesperación y cuando llegué por fin a ella, me quedé mirando a la pantalla que indica la línea que en ella para y me entretuve en observar el tiempo que quedaba para que viniera el autobús, pero algo llamó mi atención y a través del cristal, como por arte de magia se apareció ante mi la silueta de un autobús; por dios!! si estaba ahí!! y con lo que tardan en pasar los fines de semana!!... Corre!! No dejes que se te escape!!
Pulsé el botón para abrir la puerta de la dársena y salté dentro del autobús con la maleta cargada que llevaba (que más de 10 kilos debía de pesar). Miré bromeando al conductor, ¡Carái! Si estabas aquí, y yo que andaba mirando cuando salía el bus, jejeje. Pasé al interior alegre de mi suerte y me senté en el primer asiento que vi libre.
Como llevaba más de 10 horas separado de Mrs Bean y de los niños que, se lo estaban pasando pipa en el Isla, me decidí a llamarla y darle la buena nueva... ¡Cariño ya voy para allá!
Después de haber hablado con ella decidí entretener mi tiempo con el Facebook, Twitter y demás artilugios sociales que durante mis horas de trabajo había descuidado. A mi lado sin embargo una mujer llamó mi atención... Se había subido con un ramo de flores digno de velatorio... ¡Que mal gusto! pensé, si son para regalar no son nada apropiadas, pobre de la personas que las vaya a recibir...
Mi sorpresa llegó cuando, después de disfrutar de las lecturas del móvil, levanté la mirada para ver cuánto faltaba para mi parada, y ahí llego mi sorpresa... ¡Pero... qué narices...!
El paisaje que rodeaba al autobús no era el habitual, no. Ese había sido sustituido por prados de lápidas y paredes de nichos fúnebres. ¿Dónde me encontraba? ¿Pero el 155 pasa por aquí los domingos? ¡Madre mía! Además el autobús estaba vacío!! Qué horror!! qué está pasando...
Finalmente, el autobús llego al final de su recorrido y abrió sus puertas para que bajara, pero allí no había nada, tan sólo millares de lápidas y paredes con nichos de miles de personas que habían pasado a mejor vida. El amable conductor me informó de lo que me había sucedido.
Resulta que en esa dársena también para el Servicio Especial que lleva al cementerio y acaba su recorrido en una enorme glorieta en medio del mismo. En ese momento empezaron a cuadrarme las cosas... Ese ramo de flores, las pocas personas que iban en él, el silencio sepulcral de los pasajeros. Uno a uno fueron tomando sentido todos esos detalles a los que inconscientemente había atendido pero que no me habían alertado de que mi viaje no iba en la dirección correcta.
El conductor amablemente me indicó en qué dirección quedaba el Islazul y me decidí a caminar hacia allí. Seguramente encontraría una puerta cercana por la que poder salir cuando llegara a aquella esquina.
Comencé a caminar observándolo todo como un chiquillo asustado. El enorme silencio, la ausencia de gente, los nichos vacíos, los llenos, con sus inscripciones, las enormes lápidas sepulcrales que albergaban los textos de generaciones de familiares que compartían el mismo apellido...
Al cabo de unos minutos me descubrí memorizando las fechas de las lápidas... Así soy yo, mi mente y los números, siempre encuentro algún lugar para jugar con ellos, lo raro es que no me pusiera a sumarlos....
Bueno, llegó el momento en el que por fin llegué al extremo por donde se suponía estaba la puerta de salida, mi aventura por ese lugar al final había sido entretenida y curiosa, es un cementerio bonito y con amplias calles por las que pasear en ese silencio... Pero aquí no acaba mi aventura... La puerta que con tanto afán había buscado estaba cerrada, y no había manera alguna de abrirla.... Pensativo me dirigí a otra puerta que conocía, ya que me sonaba de haberla visto desde fuera, y probar suerte.
Al llegar a ella me encontré con que también estaba cerrada, y ahora, ¿qué podía hacer? Con un 2% de batería en el móvil y un poco perdido, intenté vencer al agobio y al cansancio diciéndome: Venga muchacho, esto no puede ser! Volver atrás? no, me negaba. Quien sabe lo grande que era aquello y yo cargado con la melga de más de 10 kilos a mi espalda. Piensa, piensa, piensa...
¿Cuanto puede medir la puerta de alto? Deben ser sólo 3 metros y... ¿si pongo un pie ahí? ¿Quizás pueda...? ¡Si! Lo intentaré, ¡Voy a saltarla! Pero espera, con la maleta a cuestas es imposible, pues ya está, la lanzo por encima y luego la cogeré.
La tiré con todas mis ganas y la bolsa voló por encima de la puerta de metal al otro lado y sonó fuertemente al caer al suelo. ¡Ya está! Ahora sólo falto yo, mira que sí no puedo saltar la valla y me quedo sin la bolsa... No pienses en ello, tío, tu solo hazlo....
Y como sí de una máquina del tiempo se tratara, embarqué mi mente en un viaje mental al pasado para que mi cuerpo recordara las millones de veces que lo había hecho siendo pequeño, saltar vallas, muros y paredes más altas incluso que aquella puerta que me separaba de la salida...
Un pie aquí, una mano allí, haz fuerza con los brazos, levanta tu cuerpo, balancea tu cabeza y deja caer tu cuerpo hacia adelante, levanta verticalmente las piernas, agarra fuerte con tus brazos, sostén tu peso y voltea en el aire, ahora déjate caer (son sólo dos metros) y zas, en el suelo tus piernas amortiguan tu caída y absorben tu peso... Ya esta, conseguido!
Libre al fin de aquel lugar al que mi despiste me había llevado...