... Si señores! he salido más que nunca en toda mi vida, pero... eso sí... no me he saltado el confinamiento...
Y, os preguntaréis, ¿entonces cómo lo has hecho???? Pues os lo explicaré, y entonces, os daréis cuenta de que vosotros también habéis salido un montón.
El 13 de marzo, cuando volvía a casa del trabajo, el aire se respiraba extraño. Los niños llevaban ya tres días sin colegio y eso, vuelve la rutina anormal pero, no más que cuando están malitos. Simplemente, los padres hacemos malabares y estiramos el día para que dé tiempo a todo, al cuidado del enano en cuestión, al trabajo, a la casa y a uno mismo para no enloquecer. Pero, como esta experiencia ya la hemos vivido, tampoco supone un trastorno. Además, teníamos fecha de vuelta... eran sólo unos días... como unas vacaciones "extrañas", así, a mitad de año. Han pasado algo más de dos meses y me parece tan lejano...
Pues ese mismo día que os comentaba, sin saberlo, volviendo a casa, fue el último que fui a trabajar, que viajé en metro y en autobús, el último día en el que compré un café para llevar, en el que atravesé el parque, en el que me sentí libre... hasta la fecha.
A partir de ahí, nos tuvimos que quedar en casa y, el resto de la historia ya la sabéis porque la habéis vivido. Todo paró de golpe, la realidad que conocemos, parecía una película... de terror. Todo era temor, llegaban noticias tristes de conocidos y noticias contradictorias por la televisión y las redes. Salíamos a las 8 a la ventana y ya estaba oscuro y hacía frío pero, los aplausos calentaban, y las luces de navidad que pusimos muchos vecinos, y la música... y ahí acababa todo, hasta el día siguiente.
La primera vez que salí, fue la más dura. Salí de mi rutina. Esa serie de eventos cotidianos que me aportaban tranquilidad y confianza, la columna en la que apoyarme. Siempre ha estado ahí desde que recuerdo. A veces, más aburrida y otras, inolvidable pero, siempre constante, como el día y la noche, sujetándome. Sentí tambalearse el suelo, un mareo indescriptible, falta de aire... Ésto provocó que saliera de nuevo...
Salí entonces de mi civismo y calma habituales y me imbuí de un instinto animal primario como ninguno. Mi mente se resistía tanto que dolía y me hizo comportarme, pensar y hasta hablar de forma irrespetuosa, irracional e irresponsable. No encontraba herramienta alguna para gestionar tantas sensaciones desconocidas. No aceptaba ver a mi familia (y a mí misma) atrapados, por cierto, que mis hijos estaban perfectamente y me dieron una gran lección acerca de cómo fluir con las circunstancias inevitables. Intenté hacer listas, mi truco esencial e infalible (en todas las situaciones de la vida, menos en esta) para mantenerme cuerda:
listas con mil actividades para entretenernos en familia (noches temáticas con comidas diferentes,
disfraces, bailes, juegos, recetas,...), listas con
horarios para levantarnos como si hubiera cole y trabajo normales e incluso normas, para no caer en la
desesperación (ni en la desesperanza), como, vestirnos cada día aunque no
fuésemos a ningún sitio, comer y cenar a las horas de siempre... Fue interesante ver cómo lucha la mente humana hasta cuando sabe que la batalla está perdida antes de empezar pero también, muy agotador. Así que, mi inflexibilidad se estiró hasta que no pudo más y, se rompió. No hubo resiliencia en mi proceso, sólo un golpe muy fuerte de realidad, uno que rompió todos los esquemas preestablecidos y válidos hasta el 13 de marzo. Fue devastador para el paisaje de mi cerebro pero muy constructivo, porque empecé de cero esta vez fusionándome con la realidad y con la elasticidad de la vida.
Y entonces, salí de mis listas y descubrí que podía vivir sin tachar actividades programadas, sin planes y... no pasa absolutamente nada. Salí de mis resistencias, y empecé a respirar más profundamente y a fluir con lo que trae el viento, con curiosidad, con aprendizaje. Salí de cualquier entorno conocido por mí hasta el momento, deseché los horarios y la prisa al realizar cualquier actividad y pude volver a disfrutar: de la compañía y su calor, del maravilloso sabor de los alimentos recién preparados, de dedicarme a un té sin fin, de una conversación sin límite, de asomarme de nuevo a la ventana y aprenderme el paisaje que, ya tenía olvidado a base de mirar pero no ver. Salí del agotamiento eterno y volví a descansar al ritmo de la naturaleza.
He salido mucho durante esta cuarentena. Más que en toda mi vida, nunca había visto paisajes así. He salido de mí. Ya no sé si soy la misma persona que llegó a casa el 13 de marzo. Pero visto en perspectiva, todos lo hemos hecho lo mejor posible dentro de los esquemas que teníamos. Cada uno de nosotros, de una forma u otra, en mayor o menor grado, habrá librado su propia batalla y obtenido su aprendizaje.