Cuando bajo a la parada del autobús, está lloviznando. Durante la espera, las caras de sueño ya conocidas de la rutina. El silencio de la calle, sólo roto por una mujer con un carro de la compra que revisa exhaustivamente los cubos de basura de una comunidad cercana. No la importa mojarse, no la importa que la miremos. Supongo que todos pensamos en qué buscará allí. Yo no tiro comida a la basura ni nada interesante ni valioso y supongo que el resto de personas procederá del mismo modo con su basura, por eso, me abruma verla rebuscar de esa manera entre los desperdicios de los demás. Se va sin nada.
Al llegar al metro, una señora mayor me abre la puerta, pienso que es porque va a pasar pero, no es así. Le agarra la puerta a la gente a cambio de limosna. Es muy mayor, ni siquiera ha amanecido y hace fresquete. Debería estar en un sitio caliente tomándose un café y no pidiendo una ayuda con gritos tan silenciosos que, la gente con sus prisas, ni escucha ni agradece.
Durante el trayecto en el metro, hoy se suceden: un señor en silla de ruedas que muestra varios miembros amputados a través de la ropa remangada, una anciana que llora a lágrima viva y nos pide al resto de viajeros que no la abandonemos nosotros también que sabe que somos buenas personas, un señor que nos comenta que tiene una hija pequeña y que no tienen de qué vivir porque la crisis acabó con su negocio.... todos piden ayuda, comida, un trabajo... Es tan desesperante... Son demasiados, ¿cómo vamos a ayudar a tanta gente? ¿cómo puedes sentirte bien, o leerte un libro o mirar el móvil, si a tu alrededor hay personas hablando desde la desesperación? Y luego, también pienso ¿será verdad la historia de todas estas personas, será mentira, serán mafias....? Aunque, no puedo ser juez de nadie, yo qué puedo saber de sus vidas, dudo incluso de estos pensamientos, ya que la mente quiere adaptarme y en su afán de llevarme a una sensación de bienestar puede hacerme dudar para insensibilizarme de las cosas terribles que suceden a mi alrededor.
Al salir del trabajo, hay un señor durmiendo entre los matorrales, está lloviendo, pero se tapa y tapa a sus escasas pertenencias con un plástico grande transparente.
La vuelta a casa en la misma línea de metro es similar...
Ya en el barrio, entro al supermercado a por una lechuga para cenar y un señor en la puerta me saluda alegremente y me pide ayuda, comida, etc... etc... Persigue a otros clientes con el fin de quedarse con el euro de devolver sus carros de la compra. Al lado de este super hay un contenedor de ropa usada y una vez, al intentar echar una bolsa con ropa vieja en él, este mismo señor se puso casi agresivo exigiéndome que le diese la bolsa, que él la necesitaba (aún sin saber lo que había dentro). Por supuesto, se la dí...
¿Tan mal están las cosas? ¿en qué mundo vivo? en serio, EN SERIO, ¿no hay nadie que ayude a estas personas? ¿no hay ningún lugar al que acudir y demostrando que estás tan necesitado puedas recibir algún tipo de ayuda o alimentos?
Pienso que desde que empecé con esta forma de vida, el yama (una de las restricciones del practicante de yoga) que más llamó mi atención fue el concepto de ahimsa.
Cada día intento que, desde que me levanto hasta que me acuesto, mi vida entera esté regida por el principio de ahimsa, no violencia, compasión por todos los seres...
La definición de ahimsa de Gandhi es la siguiente:
La no violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad. Es más efectiva que el arma de destrucción más efectiva que haya ingeniado el hombre.
Literalmente ahiṃsā significa no violencia hacia la vida, pero tiene un significado mucho más amplio. Significa también que uno no puede ofender a otra persona, debiendo compadecerse del otro, incluso si se trata de un enemigo. Para aquellos que siguen esta doctrina, no hay enemigos. Quien cree en la eficacia de esta doctrina halla el último estado, cuando se alcanza la meta, viendo el mundo a sus pies. Si expresamos nuestro amor —ahiṃsā— de tal modo que marque para siempre a nuestro enemigo, dicho enemigo nos devolverá ese amor.
Ahiṃsā o no violencia, por supuesto, implica no matar. Pero la no violencia no se refiere únicamente a no matar, sino que ahiṃsā implica una abstinencia absoluta de causar cualquier dolor físico o emocional a cualquier ser vivo, bien sea por pensamiento, palabra u obra. La no violencia requiere una mente, una boca, y unas manos pacíficas.
Mahatma Gandhi
Se la inculco a mis hijos, intento dar lo mejor de mí para ayudar a los demás, siempre, en todo lo que me sea posible, dejé de comer animales, dejé de matarlos (si, también a mosquitos, cucarachas y hormigas), dejé de hablar de gente que no estaba presente o de tomarme nada como personal...
Pero esta realidad a la que me enfrento cada día, hace que el principio de ahimsa por el que me rijo se resquebraje... ¿Cómo vas a sentir que haces todo lo posible y que eres caritativo con los demás si cada día te impacta menos? A fuerza de vivir todos los días esta rutina, ¿llegaré a no sentir nada?...
Y, la pregunta es: ¿cómo puedo ayudar yo, una ciudadana normal con unos ingresos normales y un horario un poco restringido, a tanta gente? ¿cómo puedo hacer que no pasen desapercibidos?...
De momento, sólo se me ocurre dar protagonismo aquí a estas personas anónimas y remover un poco al lector, para que no nos acomodemos cada día detrás de pensamientos juzgadores de indiferencia.
Me pongo una taza de té para quitarme la sensación de frío que se ha adherido a mi cuerpo desde tan temprano. Hoy el mensaje de mi té parece quererme dar una lección...
Tendré en cuenta esta respuesta con el fin de no perder la fé en que las cosas pueden cambiar y en que las personas podemos ser más empáticas y activas.
Quizá poniendo todos nuestro granito de arena aunque sea en forma de compasión o cariño, la rueda gire...